Pro Sanabria – Recuerdos de 50 años ha. (1920) – III. LA LEYENDA DEL LAGO DE SANABRIA.
(por el padre #ÁngelRodríguezDePrada, agustino.) .
(por el padre #ÁngelRodríguezDePrada, agustino.) .
“III
- RIQUEZA ACUMULADA en EL LAGO Y en EL TERA, PADRE e HIJO del MISMO .
El
origen del lago de Benavente, así dicho también por haber pertenecido a los
condes de este título, debe de remontarse a los tiempos geológicos primarios,
porque a los terrenos primarios, graníticos y de formación ígnea primitiva
pertenecen aquellos contornos y montañas. Casi concuerdan con estos cálculos
los consejos y leyendas populares respecto de la formación del lago, en cuyo
fondo, según ellas, hallase sepultada una populosa y antiquísima ciudad
anteprehistórica. No todo ha de
ser científico y rigurosamente histórico. El caso sucedió del modo siguiente:
Ocurriósele
una vez a Nuestro Señor Jesucristo presentarse en aquella gran urbe, que debía
de tener poco de cristiana, en traje de peregrino, pidiendo limosna. Llamó a
las puertas de todas las viviendas y en ninguna fue socorrido, hasta que por
fin, con hambre, sudoroso y fatigado, llegó a la puerta de la casa que ocupaba
el punto culminante de la ciudad; pero tan desprevenida se hallaba la familia que la habitaba, que ni
un pedazo de pan encontraron para socorrer, como querían al santo mendigo. Más
dio la casualidad de que en los mismos momentos tenían la masa preparada y el
horno encendido para cocer el pan de la semana.
-
Espere usted unos instantes, que voy a meter en el horno un pedazo de esta masa
y prepararle un panecillo, una tortica, que la comerá usted
tierna y caliente – dijo la dueña.
-
Dios se lo pague; esperaré – contestó el Señor.
Y aquella buena cristiana cogió en sus manos, y con ellas arrolló y
estrujó, un pedacito de masa, del tamaño de una nuez, y la introdujo en el
horno. La masa, al cocerse, se esponjó, creció y creció tanto, que, al querer
sacarla convertida en pan, se encontró la buena mujer con una hogaza tan grande
que apenas cabía por la puerta de entrada. Dióle un vuelco el corazón a la
solicita panadera, y le pareció mucho dar todo aquel pan al pobre que esperaba.
Lo retira, sin decirle nada; toma otro trocito de masa, grande como una
avellana; hace las mismas operaciones y … la hogaza apareció más grande que la
primera. Siente aumentadas también las anteriores impresiones de avaricia; coge
como un garbanzo de la masa que fermentaba en la artesa, repite la maniobra, y
esta vez, la hogaza de veras que ya no cabía entera por la boca del horno.
“Jesús,
que prodigio¡ ¡Esto es un milagro¡ Ese pobre es el santo que lo ha hecho; y
cargando con el asombro y con las tres hogazas, corrió escaleras abajo a postrarse
a los pies del mendigo y contarle cuanto acababa de suceder.”
El
Señor se sonrió; la miró complacido y le agradeció la limosna.
“En
premio de esta obra de caridad – repuso el desconocido – quiero salvaros de la
ruina que amenaza a esta ciudad; porque, excepto vosotros, ninguno en ella ha
querido socorrerme. Va a ser destruida; salid inmediatamente con lo que podáis
llevar a cuestas y situaos en aquel punto de la ladera
de enfrente. Corrieron presurosos, porque el mandato urgía; y, puestos en salvo,
el misterioso peregrino dijo con voz solemne y potente, que retumbó en las
montañas: Aquí finco mi bastón: de aquí salga un gargallón.”
Y
un surtido inmenso de agua brotó en aquel punto, inundando calles, plazas y
viviendas, mientras que la ciudad en bloque fue hundiéndose, hundiéndose hasta
quedar sepultada en las aguas; y sólo fuera de ellas, como testigo de la
catástrofe, la casa de la familia caritativa, que fueron los primeros los
primeros habitantes y dieron origen al puebla de Ribadelago, quedando desde
entonces formado aquel depósito de aguas cristalinas, renovadas constantemente
por las que aporta el Tera y sus afluentes de mayor altura.
Queridos
paisanos: Vuestra sonrisa al no creer en la leyenda transcrita es muy natural,
y demuestra que sois más ilustrados que los sanabreses de hace cincuenta años.
Lo referido me lo contó entonces, con toda la sencillez y formalidad del caso,
una criada que a la sazón servía en la casa de mis difuntos padres. Creo, si
mal no recuerdo, que ya entonces me reí yo de la candidez de la crédula
sirviente. Hoy podéis daros la satisfacción de una carcajada, considerando mis
simplezas al traer a cuento fábulas desatinadas. No será la única que aparezca
en estos apuntes y recuerdos.
Los
restos de la casa aquella que quedó fuera de las aguas aun se ven allí, en la
llamada la isla del lago, y son, ni más ni menos, parte de los muros
derruidos del pequeño palacio de recreo que en aquella isleta tuvieron los
opulentos condes de Benavente. Pero servían de apoyo sólido a la narración de
mi buena sirviente, que con ello me ha desviado del camino, sin permitirme
entrar en materia.
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