Contaba
en 1921 el famoso padre #ÁngelRodríguezDePrada, agustino natural de #Cobreros, en ocho
largos capítulos, por entregas, en EL NOROESTE ZAMORANO, la increíble historia
del llamado “CASTILLO de AVEDILLO DE SANABRIA”:
“El pueblo y sus campos. – Casi
al extremo noroeste de la región sanabresa, y al límite de los poblados por
aquella parte, al pie de los montes que suben a la Luciana, a Campo Espinoso y
al alto del Geijo, en Sierra Segundera, en una cuesta que mira al sureste de la
comarca, hállase asentado, y como descansando a la sombra de copudos castaños y
de robles frondosos, el pequeño pueblo de Avedillo, rico en aguas finas y
frescas, en vegetación exuberante, prados amenos, fértiles huertos y montes
abundantes en maderas, leña y pastos, que son la base de una regular producción
de ganados vacuno, cabrío y lanar, sin que falte, por otra parte el suficiente
terreno de labranza para el cultivo de cereales, patatas, lino y hortalizas.”
Nos
sigue contando #ÁngelRodríguezDePrada, sobre:
El castillo y sus alrededores.-
Al oeste del pueblo, y no lejos de las últimas casas, álzase un montecillo
semicónico, de unos 30
metros de altura sobre el nivel medio de las calles,
poblado exclusivamente de robles seculares. A este robledal se le da el nombre
heráldico de “Castillo de Avedillo”,
que si en algún tiempo de las antiguas edades fue acaso asiento de algún
edificio que mereciese tal nombre, actualmente ni rastros aparecen de
edificación de edificación de ninguna clase, ni hay memoria más que del nombre,
“el Castillo” …, no faltan consejas
y leyendas populares, que tampoco en
absoluto carecen de algún fundamento, como verá el curioso lector en los
párrafos siguientes.
Restos y rastros de venerada antigüedad.-
Hasta hace unos cincuenta años, … existió …, un trozo (de terreno) convertido
en matorral de zarzas, espinos y otros arbustos, sobre un lecho formado por un
acerbo de piedras ocnadizas. El dueño de la finca determinó limpiar de piedras
y malezas el terreno mencionado, sacando de allí centenares de morrillos y
escombros. … aparecieron… piedras de molino …y … mis investigaciones
arqueológicas …
Por
el lado opuesto, el vértice del cono apenas se destaca sobre el terreno
colindante que, cortado por un barranco y en él un camino de carros y bestias,
comienza a empinarse montes arriba, hacia la sierra. Suele aquel paraje, detrás del castillo, encontrarse solitario, menos cuando los
vecinos y pastores del pueblo suben o bajan por el camino con escasa
frecuencia. De ahí que por los chicos de la localidad era mirado el paso aquel con un tal cual respeto medroso, a causa,
sin duda, de ciertas narraciones que, si del todo eran supersticiosas, tenían
mucho de fantásticas, muy capaces de impresionar a la imaginación. …
Otros hallazgos.- Por el sector
del Oeste … falló el terreno, se abrió un boquete y, conducida el agua hasta
él, estuvo corriendo y entrando en la sima durante varios días, sin que la sima
se llenase ni se viera salir el agua por ninguna parte. El terreno es
granítico, y en tales terrenos no suelen encontrarse grutas o cavernas
subterráneas …
Como
quiera que sea, el nombre tradicional del pequeño monte; los datos materiales
que van enumerados, … la misma posición de la colina, desde donde se descubre y
abarca con la vista una gran extensión de terreno y varios pueblos, Cobreros y
Santa Colomba; San Miguel, Riego y Barrio de Lomba, La Puebla …, Lobeznos y la
jurisdicción de Pedralba, etc, dan base para fundar una sospecha no temeraria
de que, efectivamente, allí debió de existir, si no un castillo formal …, sí,
por ventura alguna casa señorial, solariega o feudal. … El asunto bien merece la pena de que allí,
bajo la dirección de prrsonas competentes, se realizaran las excavaciones
necesarias para salir de dudas.
Congruencias y concomitancias posibles.-
Sanabria fue una de las regiones de la Península que más se
resistieron a los principios de la
dominación goda, contra la cual lucharon con denuedo los sanabreses, hasta que
Leovigildo los sometió por la fuerza de las armas. …
..
un castillo de los moros, … , telégrafo optico. …
Ecos de la dominación musulmana.-
… debió de dejar en Sanabria impresiones muy profundas, a juzgar por las
narraciones populares, cuentos, cuentos, anécdotas, consejos y leyendas que
entre el vulgo se relatan para entretener
el tiempo en las largas horas del sarano
en las noches de invierno. …
Volvamos
después de esta digresión a nuestro castillo, real o imaginario, … y entremos
más adentro, sólo por vía del entretenimiento, en el amplísimo dominio de las
consejas populares.
Cavilaciones sobre el mismo tema y más
moros.- …la leyenda antigua de que el castillo, pues castillo había de
ser, no tanto miraba a lo exterior cuanto a lo interior y subterráneo. Es decir
que el monte estaba socavado y habitado en sus profundos seos. …
No
faltaba quien afirmase, como si los hubiera visto, que muchos, muchos años
antes, se oían por allí ruidos como de telares en marcha y movimiento,
martilleos y trabajos diversos. Que los moradores de aquellos antros, tejedores
o carpinteros, eran moros legítimos, que allí se habían ocultado ante el avance
vencedor de los cristianos; que disfrazados de cristianos, salían y entraban,
no se sabe por donde, sin ser vistos por nadie ni conocidos después, como extraños
ni moros, entre los habitantes de la comarca. …
Había
en Avedillo una familia de antiguo arraigo y posición económica más desahogada
que la de los demás vecinos, … Las gentes tenían que explicarse de algún modo
la causa y origen del bienestar relativo … y encontró explicación satisfactoria
en el castillo subterráneo.
Alguno
de los tatarabuelos del actual hacendado
logró entablar relaciones comerciales con los moros de la caverna, y conquistó
su confianza. En calidad de tratante de vacas iba con frecuencia a las ferias y
mercados de Galicia, en donde compraba y reunía regulares manadas de reses, que
conducía a través de la sierra Segundera, hasta descender a los montes espesos
próximos al castillo, y allí se detenía si llegaba con luz y día, entreteniendo
su ganado hasta la noche. A la mañana siguiente, sus vecinos le veían ocupado
en los menesteres de su propia casa, y de las vacas de la víspera, ni rastro
encontraban por todos los contornos. …
Téngase
en cuenta que en todo esto, … , entra por mucho el talismán de las artes de
encantamientos, …
He
querido poner por escrito estas pequeñas e inocentes aberraciones del sentido
común para que, siquiera una vez, corran la suerte de verse estampadas en letra
de molde, ya que tantas otras extravagancias se imprimen que son de mayor
tamaño y tienen menos de inocente. LO que no alcanzo es cómo los vecinos de
Avedillo, o sus antepasados, no se han atrevido a ensanchar y completar la
novela hasta explicar el misterio y patentizar el último desenlace.
No
lejos del famoso castillo, subiendo monte arriba, está la Peña del tamboril, …
Pues
bien; mis paisanos no han caído en la cuenta de que la Peña del tamboril puede
ser precisamente la puerta de salida y entrada …
Otros hechos menos imaginarios.-
Queda ya indicado que el paraje y el barranco de detrás del castillo inspiraban cierto recelo, a lo menos a la gente
menuda, a los rapaces, que no suelen usar de cobardías para husmear por todos
los rincones. Y creo que aun la gente mayor no cruza por la vereda solitaria
sin una tal cual preocupación supersticiosa, aunque los dos hechos con que voy
a terminar pueden haber ocurrido sin que la dicha preocupación interviniese
para nada y sólo haya en ello coincidencia de lugar.
Conocía
a un hombre de edad madura, serio, formal, de juicio asentado y recto, que no
sabía lo que era miedo, y tan veraz, que no hubiera dicho cosa por otra.
“Era
yo joven, de dieciocho a veinte años – le oí referir más de una vez -, y,
pasando por detrás del castillo, me encontré en medio del camino a un niño,
como de siete a ocho años de edad, vestido todo él con un traje rojo como de
sangre. Me llamó la atención, tanto por verlo allí solo, cuanto por a vestidura
que le cubría. No ví más persona viviente por los alrededores. No era aquel
niño del pueblo, cuyos rapaces y niños conocía uno por uno, ni me parece que
pudiera ser de ninguno de los pueblos vecinos, Cobreros, Santa Colomba,
etcétera. “Niño, ¿de dónde eres? – le pregunté. Y sin vacilar un momento, me
contesto: “Del monte”.
“No
vi ni oí más, porque el niño desapareció de mi presencia sin ver por donde. Yo
no creo – añadía – en esas cosas que se dicen del castillo, y, no obstante,
nunca he sabido explicarme esa aparición, que aun después de más de treinta
años que me ocurrió el caso, no se ha borrado de mi memoria ni uno de sus
pormenores”.
…
Pero, ¿Cómo el muchacho se escabulló sin ser visto?
El
otro hecho, sucedió después que yo había salido del país, atendidas sus
consecuencias, parece tener menos enlace con las leyendas del castillo; más
ocurrió en el mismo lugar.
Aunque
Avedillo tiene su iglesia, bapterio y cementerio propios, es, no obstante anejo
a la parroquia de Cobreros, en donde mora habitualmente el párroco. … En uno de
estos días se encontró, esperándole a la puerta de la iglesia, a uno de los
vecinos, que, saludándole cortésmente, le dijo:
-
Quisiera confesarme antes de Misa y comulgar en ella.
-
Si no te urge demasiado, déjalo para pasado mañana, que
volveré más despacio; pues hoy tengo prisa.
-
Sí, me urge, señor cura; tiene que ser ahora, porque
voy a morirme.
Y al cura le
ocurrió la idea de si su feligrés estaba en sus cabales.
- Hombre – le
replicó -, eso es más grave; pero, a la verdad, no tienes cara de enfermo.
- No hay
remedio, señor cura; yo me muero.
- Vamos, ¿qué
es eso? Explícate – le dijo con bondad el sacerdote, mientras abría la puerta
de la iglesia.
- Mire usted,
señor cura: en tal punto, detrás del
castillo, ayer tarde, yo mismo, con estos ojos que ha de comer la tierra, vi la muerte, y la vi tal como la
pintan: un esqueleto horrible, con guadaña en alto, amenazándome. Me muero,
señor cura; me muero.
…
En efecto;
aquel hombre falleció repentinamente a
eso de las doce de aquella misma noche.
…
El
mismo párroco, que ya no vive, me contó, no sin emoción intensa, este sucedido
tan extraño. …
Y basta de
charla motivada por el problemático, misterioso
castillo de Avedillo, sin cimientos ni muros, ni torres y almenares,
representado tan solo por una modesta colina, cubierto de añosos y robustos
robles. Charla que al lector habrá producido dolores de cabeza, pero a mí me ha
proporcionado una agradable excursión por aquellos vericuetos.”
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