Pro Sanabria – Recuerdos de 50 años ha.
(1920) - II.
(por el padre #ÁngelRodríguezDePrada, agustino.)
“II - EL LAGO DE SANABRIA Y EL TERA .
Este
no nace de aquél, como erróneamente has escrito algunos geógrafos. El Tera
viene ya formado desde algunos
kilómetros más arriba, en donde se encuentran las grandes hondonadas de
praderas naturales y vegetación casi tropical, a pesar de la altura,
denominadas las Cuevas de San Martín,
rodeados aquellos contornos por montañas que forman un inmenso anfiteatro y
convierten la cuenca baja en un reverbero de los rayos solares, determinando,
hasta en el invierno, una temperatura suave y clima benigno.
El
pueblo de Ribalago, o Ribadelago, situado a la entrada del río en el lago,
escucha constantemente el ruido de las cascadas con que el Tera se precipita,
como buscando descanso en el inmenso depósito de aguas cristalinas, frías como
agua de sierra, pobladas de peces variadísimos, de bogas, barbos, truchas y
anguilas; en tanta abundancia, que, MIRANDO
AL FONDO DESDE LOS PUNTOS ACANTILADOS DE LA ORILLA, A TRAVÉS DE UN ESPESOR DE
VARIOS METROS DE AGUA, SUS HABITANTES, LOS PECES, HORMIGUEAN COMO ENJAMBRES.
Desde
la entrada, por la parte superior, hasta la salida, por el Cañal, el Tera deja a sus aguas en libertad para que se marchen,
jueguen y descansen y respiren con holgura con las compañeras y hermanas del
depósito, ya oreadas por el viento y soleadas por los rayos del astro del día,
y dispuestas a reanudar la faena de correr Tera abajo buscando al Duero porque instintivamente, y mejor que mis
paisanos los sanabreses, SABEN QUE LA UNIÓN ES FUERZA, Y QUE CON
LA FUERZA SE VENCEN LAS RESISTENCIAS.
Hállase
el lago encajonado entre dos altas montañas cuya pendiente, en su mayor parte,
debe aproximarse a los 60º, casi unidas por el lado de Ribalago sin dejar entre
sí más espacio que el cauce del río, estrecho y fortificado con bloques de
granito. Por el lado opuesto, hacia la desembocadura, las montañas se rebajan y
pierden toda su altivez, continuando la escabrosidad y quebraduras del terreno
hasta Galende y montes de Quintana. Las puertas del lago, por donde el Tera
sale a torrentes y como remozado, creo que con más caudal que entra, paréceme
que no tienen más de unos 20 ó 25 metros de ancho.
Perteneció
el lago, como todos aquellos bellísimos contornos, al antiguo convento de
Bernardos, de San Martín de Castañeda, situado en la ladera de la montaña del
Norte como un balcón ciclópeo, desde donde se contempla la azulada superficie
de las aguas y los accidentes maravillosos, poéticos y agrestes del inmenso
panorama; de bellezas naturales tan sorprendentes como las que pueda presentar la región más pintoresca de la superficie de
la tierra.
Los
Bernardos construyeron lo que se llama
el Cañal. A través de la
desembocadura, y cortando oblicuamente la corriente con bloques de granito como
tirados al acaso, formaron un esbozo de presa para desviar parte de las aguas
hacia la izquierda, en donde encauzadas por dos muros de mampostería que van
estrechándose en forma de embudo, llegan aquellas a una desembocadura o canal
de cosa de un metro de ancho, por cuyo extremo y a la altura de otro metro,
poco más o menos, caían las aguas en una caja con fondo de tablas en forma de
cañizo y coladera, con rendijas longitudinales entre tabla y tabla, por las
cuales el agua se escurría, y los peces, incautos o curiosos, escallos, bogas,
barbos y truchas, que jugando con el elemento líquido llegaban allí, quedaban
en seco. Contábase, y debe de ser verdad, que los religiosos Bernardos, o el
mayordomo de la Comunidad, para disponer de fresco
exquisito a diario, no tenían más que mandar recogerlo en el Cañal todas las mañanas.
En
mi tiempo ya no había allí religiosos; aquello parecía completamente
abandonado. Yo mismo, las veces que pasé por allí, no sin peligro, saltando de
piedra en piedra, como gamo, para salvar los portillos de la presa rústica descrita
y no caer en los torrentes de agua, recogía en un pañuelo la pesca que en el
Cañal había, considerándola como vera
nulius y sin dueño.
El paisaje, así en
conjunto como en los pormenores, es estupendo, grandioso, sin rival en punto a
contrastes y bellezas naturales, digno de descripciones trazadas por la pluma
de Pereda o por la de algún otro de los maestros en el arte. La mía no vuela
tan alto, lo cual es motivo más que suficiente para prescindir de intentarlas y
limitarme a cosas más prosaicas, a lo útil, sin tocar en lo bello.
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